viernes, 23 de mayo de 2008

Primer capítulo - UNA VEZ (Morris Gleitzman)


UNA VEZ estuve viviendo en un orfanato en las montañas, un lugar en el que nunca debí haber estado y en el que casi provoco una gran revuelta.
Todo fue por culpa de la zanahoria.
¿Sabes cuando una monja te sirve la sopa muy caliente de una olla muy grande y te hace inclinarte tanto para que no gotee, que el vaho de la olla empaña tus gafas, y no las puedes limpiar porque estás sujetando el plato y la neblina no se va, aunque reces a Dios, a Jesús, a la Virgen María, al Papa y a Adolf Hitler?
Pues eso es lo que me está pasando ahora mismo.
Me las apaño como puedo para encontrar el camino de vuelta a mi sitio. Utilizo mis oídos para orientarme. Dodie, que siempre se sienta a mi lado, hace mucho ruido al sorber porque tiene los dientes torcidos. Me pongo el plato sobre la cabeza para que ningún otro niño me quite mi sopa y los sorbidos de Dodie me guían en medio del vapor.Voy a tientas hasta que encuentro el borde de la mesa y apoyo el plato, y me limpio las gafas.
En este momento veo la zanahoria.
Está flotando en mi sopa, se ve enorme entre las hebras de col y los pedacitos viscosos de cerdo grasiento, las cuatro lentejas y los trozos de escayola gris del techo de la cocina. Una zanahoria entera.
No me lo puedo creer. En tres años y ocho meses que llevo en este orfanato nunca había tenido una zanahoria entera en mi plato.Ni yo ni nadie.Ni siquiera las monjas tienen una zanahoria entera y eso que ellas se sirven raciones mucho más grandes que nosotros, los niños, porque necesitan energía extra para ser santas.
Aquí arriba en las montañas no podemos cultivar vegetales. Ni siquiera aunque recemos mucho. Es por culpa de las heladas. Por eso si te encuentras una zanahoria entera en este lugar, lo primero que tienes que hacer es contemplarla y luego hacerla pedazos, los suficientes para que sesenta y dos niños, once monjas y un cura puedan probar un trocito.
Miro fijamente la zanahoria.
En este momento soy probablemente el único niño de toda Polonia con una zanahoria entera en su plato. Durante unos segundos pienso que es un milagro.Pero no puede ser porque los milagros sólo pasaban hace millones de años y ahora estamos en 1942.
Entonces me doy cuenta de lo que significa la zanahoria y me tengo que sentar rápidamente antes de que mis piernas flojeen y me desplome. No me lo puedo creer.
Por fin. Gracias, Dios, Jesús, María, el Papa y Adolf Hitler, llevo mucho tiempo esperando esto.
Es una señal.
Esta zanahoria es una señal de Mamá y Papá. Ellos me han enviado mi verdura preferida para que sepa que sus problemas se han terminado. Para que sepa que después de tres interminables años y ocho interminables meses las cosas han mejorado para los libreros judíos. Para que sepa que van a venir a buscarme para llevarme de vuelta a casa.
Sí.
Mareado de la emoción meto los dedos en la sopa y cojo la zanahoria.
Afortunadamente los otros niños están concentrados en su cena, levantando la cuchara hambrientos y echando un vistazo al plato por si acaso se topasen con una pizca de carne o con restos de boñigas de rata.
Tengo que darme prisa.
Si los demás niños ven la zanahoria van a sentir mucha envidia y va a haber un gran revuelo.
Estamos en un orfanato. Se supone que todo el que está aquí tiene a sus padres muertos. Si los otros niños descubren que los míos no lo están, se pondrán muy tristes y las monjas que nos cuidan podrían meterse en un lío con la oficina central católica de Varsovia por haber incumplido las normas.
—Felix San Stanislaus.
Casi se me cae la zanahoria al suelo. Es la voz de la Madre Minka, que grita mi nombre desde su mesa presidencial.
Todo el mundo levanta la vista.
—No se juega con la comida, Felix —dice la Madre Minka—. Si ha encontrado un bicho en su plato, sólo tiene que comérselo y estar agradecido.
Los demás niños, todos, me están mirando fijamente.
Algunos están sonriendo. Otros fruncen el ceño preguntándose qué es lo que está pasando. Intento no parecer el típico niño que acaba de meterse una zanahoria en el bolsillo. Estoy muy feliz y no me importa que me escuezan los dedos por haberlos metido en la sopa hirviendo.
Mamá y Papá, por fin vais a venir a por mí.
Deben de estar abajo, en el pueblo, y han debido darle la zanahoria al Padre Ludwik para que me la subiese y así darme una sorpresa.
Cuando todos los niños vuelven la vista a sus platos, sonrío a la Madre Minka agradecido. Es muy buena, ha hecho una broma para apartar la atención de mi zanahoria.
Hubo dos razones por las que Mamá y Papá eligieron este orfanato: porque era el más cercano y por la bondad de la Madre Minka. El día que me trajeron aquí, me contaron que en todos los años que la Madre Minka fue cliente de su librería, antes de que las cosas se pusieran difíciles para los libreros judíos, ni una sola vez criticó un solo libro.
La Madre Minka no ve mi sonrisa, está demasiado ocupada, mirando la mesa de San Kazimierz, por lo que vuelvo a sonreír agradecido, esta vez a la Hermana Elwira. Ella tampoco se da cuenta porque está muy ocupada sirviendo la cena a los pocos niños que faltan y se muestra muy compasiva con una niña que está llorando por la cantidad de escayola del techo que hay en su sopa.
Son muy amables estas monjas. Las voy a echar de menos cuando Mamá y Papá me lleven de vuelta a casa, deje de ser católico y vuelva a ser judío.
—¿No quieres más? —dice una voz pegada a mí.
Dodie mira fi jamente mi plato. El suyo está vacío. Termina de sorber entre los agujeritos que separan sus dientes torcidos y
me doy cuenta de que está deseando que no quiera más sopa.
Por encima de su hombro, Marek y Telek se burlan de él.
—Crece de una vez, Dodek —dice Marek, pero en sus ojos se ve un destello de esperanza. En el fondo él también desea poder comerse un poco de mi sopa.
Una parte de mí quiere dársela a Dodie porque su mamá y su papá murieron de una grave enfermedad cuando tenía tres años. Pero estos son tiempos muy duros y la comida escasea, y por eso, aunque tu barriga rebose de felicidad, tienes que tragar a la fuerza.
Yo lo hago.
Dodie sonríe. Sabía que sí que quería la sopa. La idea de que no la quisiese es tan absurda que nos provoca la risa floja.
Entonces paro. Me tengo que despedir rápidamente de todo el mundo. Eso me hace estar triste. Y cuando los otros niños vean que Mamá y Papá están vivos sabrán que no he sido sincero con ellos. Eso me hace sentirme todavía más triste.
Me digo a mí mismo que no debo ser tan tonto. Ellos no son mis amigos, no de los de verdad. No puedes tener amigos cuando tienes una vida secreta. Con tus amigos tienes que sentirte tan cómodo que, cuando se te escapa una de tus historias sin querer, saben que les has estado contando eso, una historia.
Pero siento que Dodie es mi amigo.
Mientras me termino la sopa trato de pensar en algo bueno que pueda hacer por él. Algo que le demuestre que estoy contento de haberle conocido. Algo que pueda mejorar su vida aquí dentro después de que me haya ido, una vez que ya esté en mi propia casa, con mis propios libros y con mi mamá y mi papá.
Ya sé exactamente qué es lo que puedo hacer por Dodie.
Ahora es el momento. Acaban de empezar los turnos para bañarse.
La Madre Minka está de pie en la puerta del baño, controlando de arriba abajo el grado de suciedad de Jozef, que está tiritando.
Todos estamos tiritando. El baño está congelado y eso que estamos en verano. Quizá porque es muy grande y está debajo del nivel del suelo. Probablemente hace millones de años, cuando se construyó este convento, este baño se usaba para patinar sobre hielo.
La Madre Minka coge el cordón que lleva atado a la cintura y con un gesto seco señala hacia el dormitorio. Jozef coge su ropa y se aleja rápidamente, aliviado.
—Cerdo con suerte —dice Dodie tiritando de frío. Me salgo de la fi la y me acerco a la Madre Minka.
—Disculpe,Madre —le digo.
No parece que se haya dado cuenta. Está echando un duro vistazo a Borys, que tiene la mitad del campo de deporte bajo las uñas de las manos y de los pies. Y bastante en los sobacos. Veo cómo la Madre Minka está a punto de agarrar de nuevo su cordón y señalar hacia el baño.
Oh, no. No voy a llegar a tiempo.
Entonces la Madre Minka se gira hacia mí.
—¿Qué pasa aquí? —dice ella.
—Por favor,Madre —digo apresuradamente—. ¿Puede ser Dodek el primero en entrar al baño?
Los chicos que están en la cola detrás de mí empiezan a refunfuñar. No me vuelvo para mirar a Dodie. Sé que entenderá lo que estoy haciendo.
—¿Por qué? —dice la Madre Minka.
Doy un paso hacia delante para estar más cerca de ella.
Esto es algo entre la Madre Minka y yo.
—Usted sabe que los padres de Dodek murieron de una grave enfermedad —le digo—. Bueno, pues Dodek ha decidido que quiere ser médico y dedicar su vida para acabar con todas las enfermedades del mundo. La cosa es que, como futuro médico, tiene que acostumbrarse a la higiene y lavarse bien, con agua caliente y limpia.
Contengo la respiración y espero que Dodie no me haya oído. En realidad él quiere trabajar en un matadero de cerdos y estoy preocupado de que diga algo.
La Madre Minka me mira fijamente.
—Vuelva al final de la fila —dice.
—Él necesita de verdad ser el primero en bañarse cada semana —digo—, como futuro médico que será.
—Ahora mismo —grita la Madre Minka.
No voy a discutir. Con la Madre Minka no puedes.
Las monjas pueden tener un gran corazón y ser sin embargo violentas.
Cuando paso por delante de Dodie me mira agradecido.
Yo le pido perdón con la mirada. Sé que no le molestaría la historia del médico. A él le gustan mis historias.
Además yo creo que él sería un gran doctor. Una vez, después de arrancarle las alas a una mosca, consiguió volvérselas a pegar.
Ay, este suelo de piedra está demasiado frío para ir descalzo.
Eso es otra cosa que Dodie podría hacer en un futuro.
Diseñar sistemas de calefacción para los baños. Apuesto que en el año 2000 todos los baños del mundo tendrán calefacción.
En los suelos y todo. Y habrá robots que quiten las ramitas y la arena del agua de la bañera.
Mira, Borys es el primero en bañarse y el agua ya está marrón. Me puedo imaginar cómo estará cuando finalmente me toque a mí. Estará fría y con más tropezones flotando que los que hay en nuestra sopa.
Cierro los ojos y pienso en los baños que Mamá y Papá solían darme. En frente de la chimenea, con agua limpia y un montón de húmedos abrazos entre miles y miles de cuentos.
No puedo esperar más, quiero otro baño como ésos.
Mamá y Papá, daos prisa.

Sigue leyendo en tu librería... es una historia que merece ser leída, al menos UNA VEZ.

10 comentarios:

Nacho dijo...

Estupendo libro y estupenda la idea de ofrecernos el primer capítulo en el blog.
A mí me enganchó y al día siguiente ya me estaba comprando el libro que, por supuesto, me terminé de un tirón.

Anónimo dijo...

me lo estoi leiendo ii..

sencillamente tngo ganas de q saquen el segundo...

Anónimo dijo...

estupendo el libro. Una sintexis perfecta de humanidad, sentimiento e imaginación.
Felicidades

Anónimo dijo...

Es mu bonico el libraco ... SMtrfwdkjngscidvchv

Anónimo dijo...

Me da muy buena impresión este libro, aunque me da ascos las zanahorias
un saludo para todoslos lectores del blog :$
tekiero ¿-----a? :$

Anónimo dijo...

Es un libro que transmite mucha zanahoria...

Anónimo dijo...

me parece un libro bastante interesante, pienso que desde el primer capítulo llama la atención cosa que es dificil, pienso leerlo cuando tenga tiempo.:)

Anónimo dijo...

me gustaa me gustaa me gustaa mogollon chavales comprarlo el mejor libro que he ledio nunca una obra de arte me gusta me gustaaaa me gusta;$

Anónimo dijo...

Esta obra me ha parecido fabulosa, es increible su contenido y distribución, además las zanahorias le dan un toque especial
Enhorabuena por la obra
un cordial saludo

Anónimo dijo...

Encantadora historia, comprare el libro...!!! :D